18 abril 2008

La Princesa pájaro

Cierto día, hace unos años, recibí esta carta de una persona que sin apenas conocerme, y con lo poco que le habían contado de mí, escribió ésta preciosa leyenda:

Cuenta la leyenda que la princesa se llamaba Venus. Venus como el planeta más femenino jamás conocido. Venus como aquella escultura que mirando el horizonte ve el mar plácido rozando el cielo con ojos llorosos por la belleza que percibe en el paisaje y que ella misma proyecta desde su corazón. Venus como aquella diosa que evocaba en mentes griegas la feminidad que toda forma de vida llena intrínseca, en cada sonrisa y en cada abrazo. En cada palabra y en cada silencio. La princesa había nacido en un pueblo tranquilo, siempre a la sombre de un padre rey. Un padre que la guardaba intacta en un palacio de cristal, sofisticado pero vacío. Allí creció, rodeada de aquello que todo el pueblo envidiaba, lujos, criados, tiempo, amantes mediocres, jardines, perfumes, sedas, velas, caballos... Sin embargo a ella, solitaria y frágil, le provocaba indiferencia. ¿De qué servían tantas cosas materiales y preciosas si eran inertes?¿de qué servía tanta protección si ella quería volar?¿para qué tantos miedos y peligros presagiados fuera de sus ventanas en ese mundo bajo su balcón, tan lejano?


El balcón era su vínculo con el mundo exterior. Allí se imaginaba la escena. Esa escena soñada con tanto fervor durante años, en silencio. Él, al galope, aparecía por el camino detrás de la colina, y sin vacilar se avalanchaba sobre esos gordos y grasientos guardias que tenia su castillo. El de su padre. Los mataba solo con la mirada. Una mirada ardiente de amor. Y seguidamente subía, abría la puerta a patadas, la tomaba en sus brazos robustos y protectores, y se la llevaba al paraíso del amor eterno. Al paraíso de las noches en vela y las caricias innumerables. Solo era un sueño, pero lo vivía con tanta intensidad que a menudo acaba llorando, para después acabar sollozando con gemidos de odio. Odia a su padre por protegerla y no permitirle vivir, por egoísta, por cobarde, por solitario y por rey.

Un día apareció un jinete armado y vestido de negro que sin pestañear rompió la barrera del castillo y entró. Ella temblorosa intuyó que su sueño se iba a cumplir. Entró él armado con una espada, y a pesar de que su rostro no hizo que la princesa se arqueara de placer sólo visualizarlo, creyó que se debería a la emoción del momento, y no dudó en tirarse a su brazos y besarle, y gritarle que había estado esperándole años. El caballero se la llevó a la espalda con más violencia e indiferencia de lo que ella recordaba en su sueño. Y desaparecieron en el horizonte. En el pueblo se habló que un caballero valiente y enamorado de Venus había matado a centenares de soldados por amor, y se creó la leyenda de que por amor un guerrero era invencible.

Esa leyenda cruzó la Galia, y llegó a oídos de la princesa, que esta vez estaba en otro castillo, más oscuro, más sombrío, aunque aún ella no lo viera, ,más protector, más sola, y se creyó la historia del valiente caballero y su amor que le hacía indestructible. Así, cuando miraba al caballero malhechor que la había secuestrado, que hacía de ella lo que el quería, sin contemplaciones ni respeto, ella sólo veía detalles cariñosos, rasgos finos de un monstruo, que sólo por amor al amor ella inventaba en el rostro de ese caballero, de ese sueño mal cumplido, mal tejido. Veía lo que quería ver, se engañaba por lo que le parecía intuir de bondad en actos egoístas del negro caballero.

Pero Venus era más lista que mil serpientes hambrientas. Y aunque su deseo de su sueño, y su amor al amor le cegaron durante un tiempo no tardó en salir al balcón y ver la realidad. Y volver a soñar de nuevo. Soñar sin parar. Soñar que aquel sueño dulce convertido de repente en pesadilla temible y gris terminaba, que la oscuridad que la realidad y la lucidez le habían dado al abrirle los ojos se transformara súbitamente en libertad, en pájaro. Tanto soñó que quería ser pájaro para huir de ese caballero negro, que un día transformó la ficción en realidad de tanto desearlo. Se convirtió en pájaro. I voló.

Volar le hizo feliz, conocerse a sí misma y no esperar que nadie le soluciona su soledad, su sueño. No esperar nada de nadie, sólo volar. Volar por si misma en las direcciones que el viento decidiera. Era la única manera de algún día encontrar a su caballero, ser ella misma y no conformarse con un sucedáneo de sueño infiel y en el que sólo priman las formas. Vacío de contenido. Vio Venus que ella merecía algo como ella, algo digno de una persona sensible y entregada. Desde es día se cuenta en la leyenda que la princesa Venus quedó pájaro, porque así lo deseo. Su cuerpo humano desapareció y su alma voló con un aleteo feliz, sólido. Venus fue paciente, sabía que algún día volaría junto a algún otro pajarillo pero no por ello se dejó deslumbrar. Venus voló y sólo volando vivió.

1 comentario:

Inuit dijo...

Venus,volar,no sé,volar.
Una aurora.